Mucha gente cree que la Tierra ha recibido visitas de extraterrestres. ¿Es posible? Para empezar, no hablemos de avistamientos de platillos volantes ni de cosas parecidas, sino de dónde vivimos, desde cuándo y de cómo somos. Es decir, del espacio, el tiempo y nosotros.
La Tierra es un pequeño planeta que órbita alrededor de una estrella bastante corriente, aunque para nosotros sea especial: el Sol. El Sol es una de las entre 100.000 y 400.000 millones de estrellas de la Vía Láctea, nuestra galaxia. Pero es que los astrónomos calculan que, a su vez, puede haber entre 100.000 y 200.000 millones de galaxias. En el caso más prudente, que en nuestra galaxia haya sólo 100.000 millones de estrellas, tocaríamos a más de 13 estrellas por humano vivo y, si hay sólo 100.000 millones de galaxias, a ¡más de 13 galaxias por humano vivo!
Así que espacio hay de sobra para que surja la vida por ahí. A fin de cuentas, aquí estamos nosotros, ¿no?
Vayamos con el tiempo.
El Universo –lo saben los físicos gracias a observaciones del telescopio espacial Hubble– nació hace unos 13.700 millones de años. Es muy difícil que nos hagamos una idea de cuánto tiempo es eso, así que recurramos al calendario cósmico, de Carl Sagan. Reduzcamos toda la historia del Universo a un año: en el primer segundo del 1 de enero sucedió el Big Bang, la explosión con la que empezó todo, y ahora estaríamos en el último segundo del 31 de diciembre. Bueno, pues, en ese calendario el Sol y la Tierra no se formaron hasta el 1 de septiembre, los dinosaurios se extinguieron por un asteroidazo el 28 de noviembre, después de 5 días de reinado, a primera hora de la tarde del 31 de diciembre aparecieron los homínidos en África y toda la Historia –desde las tablillas de arcilla sumerias hasta Internet– ha sucedido en los últimos 4 segundos. Da vértigo, ¿verdad?
Ahora, parémonos a pensar.
Hay muchas estrellas alrededor de las que puede haber planetas como la Tierra en los que puede haber surgido la vida y hasta haberse desarrollado especies inteligentes. Pero las distancias que separan esas estrellas son inmensas. Tanto que se miden en años luz. Un año luz equivale a la distancia que recorre la luz en un año a una velocidad de 300.000 kilómetros por segundo. La Luna está a poco más de un segundo luz y el Sol, a 8 minutos luz, pero la estrella más cercana está a 4 años luz y el centro de la Vía Láctea –nosotros vivimos en las afueras–, a unos 28.000 años luz. La luz que ahora vemos del centro de la galaxia salió de allí cuando se extinguieron los neandertales. Nuestra nave más rápida, la Voyager 1, despegó en 1977 y todavía no ha salido del Sistema Solar, de nuestro patio trasero.
Así pues, el primer reto para unos extraterrestres sería salvar esas inmensas distancias viajando, como poco, a la velocidad de la luz. Muy rápidamente para nosotros; lento a escala cósmica. El hiperespacio de Star Wars, la propulsión de curvatura de Star trek y los agujeros de gusano de Babylon 5 para viajar en un abrir y cerrar de ojos entre estrellas son cosas de la ciencia ficción. Alguien dirá que hace no tanto tiempo también era un reto para nosotros volar y ahora es algo cotidiano. Pero no nos olvidemos del tiempo.
¿Qué probabilidades hay de que supuestos visitantes de otros mundos lleguen a la Tierra justo ahora? Y entiendan el ahora como los últimos 200.000 años, para abarcar toda la vida de nuestra especie, Homo sapiens. Es más probable que los alienígenas visitaran nuestro mundo en tiempos de los dinosaurios, que, a fin de cuentas vivieron 5 días cósmicos y no unas horas, o cuando el planeta era un yermo sin vida. Buzz Aldrin, el segundo hombre que pisó la Luna, cree que “es más probable que seres extraterrestres hayan visitado la Tierra hace millones de años o la visiten en un futuro lejano a que lo hagan ahora”. Dice que “sería demasiada coincidencia”. Yo estoy de acuerdo con él.
El Otro somos nosotros
Los extraterrestres de la ciencia ficción suelen ser humanos por una razón muy simple: si no, es muy difícil que sus andanzas nos interesen. Llevar al Otro al espacio y presentarlo con orejas puntiagudas, piel verde o más pelo que el Bigfoot es un recurso dramático, y los aficionados lo entendemos como tal. Pero una cosa es disfrutar con una novela o un episodio de una serie de televisión y otra admitir en el mundo real que los seres de otros planetas que nos visiten sean siempre humanoides, como han defendido los ufólogos desde los años 50.
Las clasificaciones de los tripulantes de los ovnis que publicaban hace décadas las revistas de ufología, incluidas las más serias, son visualmente una delicia y una demostración de ingenuidad supina. Hay enanos y gigantes, seres bellos y horrendos, melenudos y sin un pelo, con dos ojos y cíclopes, de apariencia juvenil y anciana, protegidos con escafandra o a cara descubierta. Parecen diferentes, pero no lo son. Todos, absolutamente todos, son humanoides. Tienen una cabeza -con ojos, nariz, oídos y boca-, dos brazos -con sus manos y sus dedos-, dos piernas... Y en algunos casos hasta han llegado a copular con los humanos.
Nadie se paraba a pensar entonces dentro de la ufología en que nosotros somos el producto de un proceso evolutivo, que estamos aquí por casualidad, y que en otro planeta la evolución habrá seguido caminos muy diferentes. Por no hablar de que nuestro mundo ha sido para los ufólogos una especie de Benidorm cósmico, con alienígenas de todos los tipos posibles viniendo de visita. Si la vida inteligente fuera algo raro, sería ilógica tanta variedad de visitantes en un mismo lugar. Si la vida inteligente fuera algo común, nada tendría la Tierra de especial para llamar la atención de tanto explorador cósmico.
La mejor prueba de que los visitantes de otros planetas son, como las hadas y los dioses, habitantes de nuestros sueños es su humanidad.