Algunos ufólogos llevan décadas acusándonos a los escépticos de estar pagados por los servicios de inteligencia para ocultar la realidad sobre el fenómeno ovni. Como otros colegas antes y ahora, he exigido en innumerables ocasiones a esos individuos que demuestren lo que dicen o que se callen. Bastaría con que enseñaran un recibo o una orden de pago. No lo han hecho -ni lo harán- nunca; pero siguen -y seguirán- con la cantinela. La realidad lleva, por el contrario, años devolviéndoles sus acusaciones como si fueran un bumerán. La última vez ha sido hace unos días, con la publicación por la CIA del estudio titulado The Central Intelligence Agency and overhead reconnaissance (La Agencia Central de Inteligencia y el reconocimiento aéreo. 1992).
Los historiadores militares Gregory W. Pedlow y Donald E. Welzenbach exponen en ese trabajo la génesis y el desarrollo de los programas de los aviones espía U-2 y Oxcart, y hunden otro clavo más en el ataúd del credo ufológico conspiranoico establecido por Donald Keyhoe en 1950. Hace sesenta años, Keyhoe, expiloto de la Marina estadounidense y uno de los primeros ufólogos, propuso en su libro The flying saucers are real (Los platillos volantes son reales) que esos objetos que habían empezado a verse en el cielo procedían de otros mundos y que el Gobierno de su país lo sabía y ocultaba a la población. Así nació la idea del encubrimiento ufológico que, paradójicamente, tan útil ha sido a algunos Gobiernos para esconder otras cosas.
"Los vuelos del U-2 y del Oxcart fueron responsables de más de la mitad de todos los avistamientos de ovnis de finales de los años 50 y los años 60", indican Pedlow y Welzenbach en The Central Intelligence Agency and overhead reconnaissance. Es algo que ya se había adelantado en 1997 en el trabajo titulado CIA’s role in the study of ufos, 1947-90, obra del historiador Gerald K. Haines. Pero el nuevo informe describe cómo funcionó durante décadas el auténtico encubrimiento y lo útiles que fueron los platillos volantes, a pesar de no existir, para los intereses militares.
Pedlow y Welzenbach cuentan cómo "las pruebas de alta altitud del U-2 pronto dieron lugar a un inesperado efecto colateral: un enorme aumento en los informes de objetos volantes no identificados" y lo que se hacía cuando llegaba por carta una denuncia de ese tipo en las oficinas del Proyecto Libro Azul. "Los investigadores de Libro Azul recibían regularmente llamadas de personal de la Agencia en Washington para comparar los informes de ovnis con los registros de vuelo del U-2. Esto permitió a los investigadores descartar la mayoría de los informes de ovnis, aunque no podían revelar a los autores de las cartas la verdadera causa de los avistamientos de ovnis". Me imagino a los responsables de los programas U-2, Oxcart y posteriores como a los protagonistas de la viñeta de Andrés Diplotti que ilustra estas líneas: escuchando o leyendo a los ufólogos en los medios de comunicación y dando las gracias por su inestimable colaboración.
La perfecta cortina de humo
El estudio recién desclasificado es una historia del Área 51, la base del lago Groom (Nevada) que los ufólogos han convertido en el epicentro de la conspiración, con platillos volantes estrellados, cadáveres extraterrestres y el desarrollo de tecnología basada en la de los platillos volantes. Confirma lo que ya sabíamos gracias a testimonios de trabajadores de las instalaciones: que fueron creadas en mitad de la nada para acoger las pruebas de las aeronaves estadounidenses más sofisticadas "de una manera segura y secreta". Hace cuatro años, un comandante del complejo, un radarista, un piloto de pruebas de la CIA, un ingeniero de proyectos especiales y un encargado del suministro de combustible explicaron, en Los Angeles Times, que en la base del lago Groom practicaron la ingeniería inversa; pero no de naves extraterrestres -como han asegurado durante años ciertos ufólogos-, sino de ingenios militares soviéticos.
Todo esto es algo de lo que algunos hablamos desde los años 80: la creencia en los ovnis ha sido la perfecta cortina de humo para ocultar proyectos secretos de todo tipo y, supongo que también, violaciones del espacio aéreo propio. Los soviéticos, por ejemplo, prefirieron que se hablara del ovni medusa de Petrozavodsk, visto sobre la ciudad de ese nombre a primera hora del 20 de septiembre de 1977, antes que admitir la existencia del cosmódromo secreto de Plesetsk y el lanzamiento de satélites espía. En España, el avistamiento ovni más espectacular, el de Canarias del 5 de marzo de 1979, se debió al lanzamiento de un misil Poseidón desde un submarino estadounidense en aguas próximas. Aunque esa posibilidad -sin poder precisar si el sumergible era soviético o estadounidense- fue apuntada desde el principio por algunos ufólogos españoles, otros han mantenido el velo extraterrestre sobre un suceso que presenciaron decenas de miles de personas.
Los platillos volantes fueron, al principio, motivo de lógica preocupación para las autoridades militares estadounidenses, temerosas de que las visiones estuvieran causadas por aeronaves soviéticas. En plena Guerra Fría, en el verano de 1947, nadie hablaba de seres de otros mundos. Eso vino mucho después. Y, cuando llegaron los extraterrestres, los militares de medio mundo -y, en especial, de EE UU y la URSS- supieron aprovecharse de ellos.
Paradojas de la vida, quienes han acusado machaconamente a los escépticos de cobrar de los servicios de inteligencia para ocultar la verdad sobre los ovnis, han sido los mejores colaboradores de esas agencias. Obsesionados por sus platillos volantes y sus alienígenas cabezones, los ufólogos han achacado a éstos observaciones de lo que en realidad eran armas de última tecnología… terrestre. Han jugado un papel clave en la conspiración, aunque no el que ellos creían. Mientras soñaban con intentar sacar a la luz su verdad, enterraban la verdad bajo montañas de fantasía. Han sido los tontos útiles del Área 51.