El movimiento escéptico español nació de un grupo de ufólogos. Es posible que algunos hoy se ofendan, pero así fue. Si volvemos la vista atrás a principios de los años 80, encontramos el germen de un colectivo que hoy reúne a más de 500 personas distribuidas en dos organizaciones en un pequeño grupo de interesados en el fenómeno ovni del País Vasco. Lo sé porque yo era uno de ellos. Como por fortuna guardo la correspondencia que intercambié con mis compañeros (sus cartas y copias de las mías), puedo documentar con una precisión cronológica aceptable lo que pasó./
Mi interés por los ovnis se remonta a la segunda mitad de los años 70. Entonces adolescente, devoraba con avidez todo lo que caía en mis manos sobre la exploración del espacio, la existencia de extraterrestres y sus posibles visitas. En mi ingenuidad, creía que aquello que se decía en los medios de comunicación y en los libros tenía que ser verdad. Si no todo, casi todo. ¡Cómo iba a arriesgarse alguien a mentir y que pudieran cazarle! Por suerte, compré el libro Ovnis: el fenómeno aterrizaje, de Vicente-Juan Ballester Olmos, nada más publicarse. Corría el año 1978 y mi biblioteca ufológica no tenía más de media docena de títulos. Al final de su obra, Ballester Olmos invitaba a quien quisiera a escribirle para colaborar en el estudio de los avistamientos de ovnis ocurridos en su región, dentro de un proyecto sistemático de revisión de casos para separar la paja (aquéllos con explicación convencional) del grano (los no explicados). Lo hice.
Con aquella carta pasé de ser un interesado en los ovnis a ser un ufólogo activo. Pero la segunda consecuencia, mucho más importante, fue que otros aficionados vizcaínos le escribieron también a Ballester Olmos y éste les puso en contacto conmigo. Así conocí entre 1983 y 1984 a Gabriel Naranjo, Luis Miguel Ortega, Francisco Javier Pereda y José Antonio Sánchez. Y se unieron al grupo Juan Marcos Gascón, un valenciano amigo de Ballester Olmos destinado laboralmente al País Vasco, y Ángel Rodríguez, un veterano que formaba parte de una asociación ufológica vizcaína que prácticamente había abandonado la actividad. Además de investigar casos con los resultados previsibles –el extraterrestre era un motorista, una chica se había inventado un encuentro nocturno con un ovni para justificar llegar tarde a casa, el platillo volante eran estrellas…–, los siete nos hicimos amigos. Y de vez en cuando nos reuníamos con un precursor del escepticismo español, el publicista jubilado Luis Hernández Franch (1908-1986). Gracias a él supimos de la existencia del Comité para la Investigación Científica de las Afirmaciones de lo Paranormal (CSICOP), de Philip Klass, de James Oberg…
Con apoyo del CSICOP
En otoño de 1984, a Ángel Rodríguez y a mí nos dieron 15 minutos semanales en un programa nocturno de Radio Popular de Bilbao para hablar de ovnis y extraterrestres en la Antigüedad desde el punto de vista escéptico. Fue toda una experiencia y una osadía por nuestra parte. Un día se nos ocurrió que podíamos entrevistar a un, a pesar de su juventud, histórico de la ufología española, Félix Ares. Yo estaba investigando con él un caso ocurrido en Bilbao en el que una familia aseguraba haber grabado el sonido de un ovni (al final, resultó ser el canto de un sapo partero y el misterioso objeto, el reflejo de un alto horno). Así que montamos una excursión un sábado a San Sebastián, donde vivía Ares, y grabamos la entrevista. Nosotros volvimos a casa encantados, y Ares comprobó que él y su amigo Jesús Martínez Villaro –con quien compartía la aproximación escéptica al fenómeno– no estaban solos. Ares llevaba en la ufología desde su época universitaria, a finales de los años 60. Había vivido la edad de oro del fenómeno en España y, al estudiarlo desde una perspectiva estadística, había concluido que no había que buscar su origen fuera, sino dentro del ser humano, en la psicología, la sociología y la historia. A principios de los 80, estaba prácticamente retirado de la ufología, convencido de que los ovnis eran un mito de la era espacial, nacido a rebufo de la ciencia ficción pulp y las bombas atómicas de Hiroshima y Nagasaki, y desanimado por el rumbo que había tomado la comunidad ovni española.
El 17 febrero de 1985, celebramos todos –nueve, más las esposas de Ares y Martínez Villaro– una comida en Vitoria. A los postres, decidimos fundar un grupo para estudiar “sin apriorismos y con espíritu abierto” el fenómeno ovni y enviamos esa misma tarde un primer comunicado a los medios. Todavía no teníamos ni nombre, así que nos presentábamos como “el colectivo de investigadores ovni del País Vasco”. En los días siguientes, Ares me mandó una carta en la que proponía una denominación para el grupo: “¿Qué te parece el nombre de ARIFO? Alternativa Racional para la Investigación del Fenómeno Ovni”. A todos nos pareció bien, y empecé a preparar los estatutos para su inscripción como asociación, pero antes sacamos un humilde y muy beligerante boletín ese mismo verano. El primer número llevaba en la portada un platillo volante del contactado suizo Billy Meier tachado con un aspa. El segundo no salió hasta diciembre, ya bajo la cabecera de La Alternativa Racional, y no fue hasta el quinto número (enero de 1987) que nos presentamos en el fanzine como Alternativa Racional a las Pseudociencias (ARP). ¿Qué había pasado?
A finales de septiembre de 1985, yo había recibido una carta de Paul Kurtz, entonces presidente del CSICOP. Me decía en ella que le habían dado mi nombre los Escépticos del Área de la Bahia de San Francisco, a cuyo boletín yo estaba suscrito. Kurtz me enviaba una lista de los suscriptores españoles de The Skeptical Inquirer, revista que yo había conocido a través de Ares, con la idea de que igual podían ser la base de un grupo escéptico. Nos dirigimos a ellos, todavía como ARIFO, y así conocimos al ingeniero madrileño Álvaro Fernández, que a partir de ese momento fue nuestra cabeza de puente en Madrid. ARIFO se rebautizó como Alternativa Racional a las Pseudociencias (ARP) tras la aprobación de un borrador de estatutos durante otra comida en Vitoria. Durante un paseo, Ares y yo decidimos animar a nuestros compañeros a no limitarnos al tema ovni. El nuevo nombre se me había ocurrido revisando en The Skeptical Inquirer la lista de asociaciones escépticas con las que colaboraba el CSICOP –que incluía la Organización de Colorado para una Alternativa Racional a la Pseudociencia (CO-RAP)– y se lo había propuesto a Ares meses antes. Y con ese nombre se inscribió el 12 de marzo de 1987 la primera organización escéptica española. Contamos desde el principio con el apoyo del CSICOP y, en particular, con los de Kurtz y Barry Karr, a los que todavía hoy estoy profundamente agradecido por su confianza y amistad.
Fueron años muy bonitos. Investigábamos casos de observaciones de ovnis –y los explicábamos–, escribíamos cartas a los medios, participábamos en debates de radio y televisión, dábamos nuestras primeras charlas y hacíamos la revista, al principio con máquina de escribir y luego con ordenador. Los editoriales los solíamos escribir Ares, Martínez Villaro y yo siempre después de una buena comida o cena. Y todos celebrábamos como un gran avance cada pequeño paso. Pero, sobre todo, nos lo pasábamos bien, muy bien. Aún recuerdo los viajes por las carreteras vascas con Luis Miguel Ortega, Francisco Javier Pereda, José Antonio Sánchez y Gabriel Naranjo al volante de un utilitario que a duras penas podía con los cinco; las largas noches de conversación con Félix Ares en su casa de San Sebastián, que a veces se prolongaban hasta el amanecer; el estudio de casos con Juan Marcos Gascón, cuya meticulosidad siempre admiré; las horas de radio con Ángel Rodríguez hablando de historia de la ufología; y también el primer encuentro con colegas de otros países cuando Mark Plummer, recién nombrado director ejecutivo del CSICOP, nos visitó a mediados de 1987 acompañado de Wendy Grossman, entonces directora de The British & Irish Skeptic, y nos enseñó vídeos de James Randi en la televisión estadounidense, incluidos los desenmascaramientos de Uri Geller y Peter Popoff.
Más de tres décadas después, aunque me he interesado desde entonces por muchas creencias pseudocientíficas –desde la sábana santa hasta el espiritismo, desde la telepatía hasta las hadas, desde los monstruos hasta las medicinas alternativas–, el fenómeno ovni me sigue apasionando. Gracias a él he aprendido –y sigo aprendiendo– muchas cosas y, lo que es mejor, hice amigos que conservo y con los que me encuentro al menos una vez al mes. Ahora en España los escépticos somos más, bastantes más, pero muchos ignoran cómo nació todo y los nombres de quienes con un trabajo muchas veces no reconocido –y me refiero a quienes se encargaron durante años de labores burocráticas y contables, como Luis Miguel Ortega y Gabriel Naranjo– hicieron posible que un grupo de ufólogos catalizara el nacimiento del movimiento escéptico español.