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Canarias, ¿tierra de ovnis?

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El ovni de Canarias del 5 de marzo de 1979. Foto: Guillermo Lijtmaer.

No hay en España un lugar más misterioso que las islas Canarias. En sus inmediaciones localizaba en los años 70 el psiquiatra Fernando Jiménez del Oso una base submarina de ovnis –entendidos éstos como naves alienígenas, por supuesto–; en la playa tinerfeña de La Tejita situaba el contactado Francisco Padrón un encuentro con una computadora de Urano llamada Opat-35; en aguas del archipiélago se sumergió el siempre fantasioso Manuel Carballal y encontró restos de la Atlántida; y en Tenerife descubrió el explorador noruego Thor Heyerdahl unas pirámides que consideraba la prueba del paso de los egipcios en su viaje hacia América. El exotismo que esas islas tienen para la mayoría de los españoles –distan de la Península Ibérica más de 1.600 kilómetros y son geográficamente África– se ha visto desde hace décadas espoleado por autores que las han llenado de extraterrestres, fenómenos paranormales y ruinas misteriosas.

“El archipiélago canario es uno de los lugares del mundo donde con mayor frecuencia se produce el avistamiento de ovnis”, se asegura en la contraportada de Los ovnis en Canarias, obra del ufólogo isleño José Gregorio González. El libro data de 1995, y su autor repite una cantinela que era vieja dos décadas antes cuando, en la adolescencia, empecé a interesarme por el fenómeno ovni: que algo raro pasa en Canarias. Ya el 26 de marzo de 1979, Jiménez del Oso dedicaba una entrega de Más Allá, el programa que tenía en TVE, a especular sobre una base submarina de ovnis en las islas. ¿La razón? El avistamiento masivo de un objeto no identificado que salió del mar disparado hacia el cielo canario al anochecer del 5 de marzo de 1979.

Un vehículo “ajeno a la Tierra”

El llamado ovni de Canarias fue visto por decenas de miles de personas, fotografiado a todo color, investigado por los militares y presentado por algunos ufólogos como la prueba de la existencia de una base submarina extraterrestre o algo todavía más increíble. “Resulta curioso señalar que la localización exacta del lugar coincida con la que a lo largo de los siglos han dado la mayor parte de los testigos que han afirmado ver la mítica isla de San Borondón, tierra fantasma que de vez en cuando se deja ver. Quizás en esa zona se concentran determinadas características que propician estos fenómenos anómalos”, escribía González en 1995. (1) Añadía que no existían “pruebas irrefutables” que confirmaran que se tratara de un misil lanzado desde un submarino –como habían sostenido algunos críticos desde el primer momento– y que, de no aparecer éstas, el ovni de Canarias seguiría siendo “uno de los grandes enigmas de la ufología española, quedando abierta pues la puerta a cualquier otra hipótesis alternativa”. (2)

Lo cierto es que en 1995 la única duda que existía sobre el ovni de Canarias era quién había lanzado el misil, extremo que zanjaron seis años después los investigadores españoles Vicente-Juan Ballester Olmos y Ricardo Campo en la Revista de Aeronáutica y Astronáutica. (3) “Este avistamiento contó con el dictamen de especialistas muy cualificados que apoyaron desde el principio, a la vista de la documentación fotográfica, la explicación misil o cohete”, recuerda Campo en El fenómeno ovni en Canarias desde el siglo XVIII hasta 1980, una obra que acaba de llegar a las librerías. (4) Desde el principio quiere decir exactamente eso, desde el principio, algo que desagradó profundamente a los ufólogos más sensacionalistas. “¿Qué fue lo observado y fotografiado aquella noche del 5 de marzo de 1979? Repito, en mi opinión, una nave que nada tiene que ver con nuestra tecnología y, consecuentemente, con nuestra civilización. Un vehículo espacial ajeno a la Tierra. Empleando la terminología popular –y sin ningún tipo de recelo o miedo–, una nave extraterrestre”, pataleaba Juan José Benítez en la revista Mundo Desconocido en septiembre de 1982. (5) Una vez más, para desgracia de este autor, sus extraterrestres tenían una explicación convencional: el ovni de Canarias fue consecuencia del lanzamiento de dos misiles Poseidón desde el submarino USS Kamehameha

El caso del 5 de marzo de 1979 es, sin duda, el más conocido de los que examina Campo en El fenómeno ovni en Canarias desde el siglo XVIII hasta 1980, una voluminosa obra en la que revisa toda la casuística isleña de ese periodo. Atina el autor al afirmar que el mito de las islas como observatorio privilegiado del fenómeno se debe, en gran parte, a su situación geográfica. “Nadie iba a comprobar qué había de cierto en él y los que se acercaban al archipiélago con implicación en este tema eran turistas ufológicos que echaban más leña al fuego, siguiendo el juego de los líderes de opinión locales. De la misma forma, tampoco había aquí nadie que cuestionase las mismas afirmaciones de los testigos o que realizase un acercamiento al problema mínimamente crítico”. (6) Es un lugar común en la ufología que la nave alienígena se desvanece en cuanto un escéptico se aproxima a ella. Eso ha pasado desde los años 70 con la casuística española gracias al afán revisor del ufólogo valenciano Ballester Olmos y sus colaboradores. 

‘El fenómeno ovni en Canarias desde el siglo XVIII hasta 1980’, de Ricardo Campo.

El emperador está desnudo

Si en Canarias las cosas han ido más despacio, se ha debido a la lejanía de las islas –lo que ha frenado el examen de casos por estudiosos de otras regiones españolas– y al gran número de avistamientos. Con poco más de 2 millones de habitantes –el 4,6% de la población española–, en el archipiélago se registraron entre 1947 y 1980 un total de 319 casos de ovnis, frente a los 4.915 peninsulares del mismo periodo. Por esto último, precisamente, resulta aún más meritorio el trabajo de Campo, que ha revisado montañas de periódicos y revistas en busca de casos, y los ha analizado uno a uno, identificando posibles estímulos que llevaran a confusión a los testigos y desmontando las fantasías de algunos de éstos y de los vendedores de misterios. El autor explica los grandes casos clásicos canarios, pero en otros, lamentablemente, la calidad de la información de partida es tan baja que nada ha podido hacer por llegar a la verdad, por lo que en el libro hay sucesos sin resolver. Eso no ha de interpretarse como que fueran inexplicables en origen, sino como que una primera recogida defectuosa de información, el paso del tiempo o las tergiversaciones –o una combinación de esos factores– imposibilita que cualquier investigación llegue hoy a buen término. Veamos un ejemplo.

A partir de un despacho de la agencia Cifra, el diario Madrid publicaba el 1 de abril de 1950 la siguiente noticia sobre un avistamiento en Las Palmas de Gran Canaria: “Varias personas aseguran haber visto platillos volantes sobre el barrio de Tafira. De madrugada se divisó uno de éstos que caminaba a gran velocidad y, según cálculos, a una altura de 12 kilómetros”. (7) Campo sólo aventura que podría tratarse de estrellas fugaces porque con la información existente es imposible pasar del condicional.

El primer capítulo del libro, dedicado a los supuestos avistamientos anteriores a junio de 1947 –cuando oficialmente empieza la era de los ovnis–, deja ya claro que el autor va a recurrir a todos los medios a su alcance para esclarecer los hechos. Campo recuerda, por ejemplo, cómo, según una crónica de la época, en marzo de 1761 el agua del mar llegó a tener en Tenerife la apariencia del fuego y eso ha llevado al ufólogo José Gregorio González a hablar de “ovnis canarios en el siglo XVIII”. En realidad, fue “un fenómeno bioluminiscente producido por microorganismos marinos”. “Con toda probabilidad, se trata de un fenómeno luminoso producido por dinoflagelados del género Noctiluca” que en esa época del año son particularmente activos, concluye tras consultar con un biólogo. “Cuando nuestra mente se halla predispuesta para detectar misterios por doquier es fácil malinterpretar informaciones antiguas y ambiguas, y pensar que tenemos ante nosotros fenómenos pertenecientes al repertorio contemporáneo del periodismo paranormal”, advierte Campo, en un alarde de generosidad hacia esos ufólogos que donde hay una estrella tienden siempre a ver una nave nodriza y a los que su obra pone en evidencia una y otra vez. (8)

La lectura de El fenómeno ovni en Canarias desde el siglo XVIII hasta 1980 demuestra que esas islas no son en realidad más misteriosas que cualquier otra región española, que allí no hay más marcianos, siempre y cuando excluyamos a contactados como Francisco Padrón y Emilio Bourgón. Ha sido la industria de la mentira –un rentable entramado formado por autores, editoriales y medios– la que ha llenado Canarias de falsos enigmas. Ricardo Campo nos abre los ojos y nos hace ver que el emperador está desnudo, que nos han engañado durante décadas. Como bien dice en el prólogo, “me atrevo a asegurar que buena parte de lo que usted ha leído sobre ovnis o todo aquello en lo que cree al respecto con la mayor sinceridad y profundidad, todo ello, puede ser completamente falso, producto sólo de la mercadotecnia y de sus deseos de creer, de sus sospechas más o menos racionales, de su predisposición a dar por buenas y confirmadas anécdotas que han sido elaboradas en redacciones periodísticas siguiendo los gustos mayoritarios”. (9) Ésa, y no otra, es la realidad de la historia de Canarias y los ovnis.



El libro

Campo, Ricardo [2017]: El fenómeno ovni en Canarias desde el siglo XVIII hasta 1980. Le Canarien. Santa Cruz de Tenerife. 698 páginas.



Notas
  1. González, José Gregorio [1995]: Los ovnis en Canarias. Fenómenos extraños en los cielos isleños. Centro de la Cultura Popular Canaria. La Laguna. 92.
  2. González [1995], op. cit., 92-93.
  3. Ballester Olmos, Vicente Juan; y Campo, Ricardo: “¡Identificados! Los ovnis de Canarias fueron misiles Poseidón”. Revista de Aeronáutica y Astronáutica (Madrid). Nº 701 (marzo). 200-207.
  4. Campo, Ricardo [2017]: El fenómeno ovni en Canarias desde el siglo XVIII hasta 1980. Le Canarien. Santa Cruz de Tenerife. 622.
  5. Benítez, Juan José [1982]: “El formidable ovni de Canarias (y 2)”. Mundo Desconocido (Barcelona). Nº 75 (septiembre-octubre). 32.
  6. Campo [2017], op. cit., 34.
  7. Ibid., 95.
  8. Ibid., 41.
  9. Ibid., 13.

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