La última vez que visité el Museo Británico, me quedé petrificado ante un trozo de barro de 15 centímetros de largo y 13 de ancho. Se conoce como la Tablilla del Diluvio, procede de Mesopotamia y fue cocida hace unos 2.700 años. Cuenta cómo el dios babilonio Ea alerta a Utnapishtim de Shuruppak de que el mundo va a sufrir una gran inundación y le dice que, para salvarse, ha de construir una embarcación en la que preservar la vida. Conocía la historia de mis tiempos de estudiante, pero, cuando vi esa pequeña muestra de escritura cuneiforme en una vitrina, me deslumbró como muchos años antes lo había hecho la piedra Rosetta. Esa tablilla babilónica es una de las pruebas de que, en el siglo VII antes de Cristo (aC), los autores del Antiguo Testamento echaron mano de tradiciones propias y ajenas para inventar el pasado de Israel.
El arqueólogo sir Austen Henry Layard encontró la Tablilla de Diluvio en Ninivé, el actual Irak, a mediados del siglo XIX. La pieza permaneció durante años en los almacenes del Museo Británico a la espera de estudio y clasificación. Allí, en 1872, el asiriólogo aficionado George Smith, de profesión impresor de billetes, identificó sus inscripciones cuneiformes como una narración del Diluvio anterior a la bíblica. “Pronto encontré la mitad de una curiosa tablilla que había contenido, evidentemente, seis columnas de texto: dos de ellas (la tercera y cuarta) estaban casi intactas; otras dos (la segunda y quinta) estaban incompletas, quedaba alrededor de la mitad; y las dos restantes (la primera y la sexta) se habían perdido por completo. Al mirar hacia abajo en la tercera columna, mis ojos captaron la afirmación de que el barco descansó sobre los montes de Nizir, seguida de la narración del envío de una paloma que, al no encontrar un lugar donde posarse, regresó. Vi enseguida que había descubierto al menos una parte de la historia caldea del Diluvio”, cuenta en su libro The Chaldean Account of Genesis (1876).
Nada más dar con la Tablilla del Diluvio, Smith se puso a buscar más fragmentos en los almacenes del museo y así descubrió que el texto correspondía a la undécima parte de un poema épico. Presentó su hallazgo el 3 de diciembre de 1872 en la Sociedad Británica de Arqueología Bíblica, donde aventuró que tenía que haber más fragmentos de episodios bíblicos enterrados en las arenas de Ninivé. Así fue, y no sólo en Ninivé. Ahora sabemos que la Tablilla del Diluvio estuvo en la biblioteca del rey Asurbanipal y que es la versión babilónica de una narración sumeria conocida como el Poema de Atrahasis.
En esa historia, cuyos restos más antiguos se remontan a la primera mitad del II milenio aC, el dios Enki avisa a Atrahasis de Shuruppak de que el dios Enlil va a destruir el mundo con un diluvio y le da instrucciones para que construya un arca en la que salvar a su familia y a todos los animales. Es la epopeya de Utnapishtim y Noé con todos sus elementos, desde la ira divina hasta el envío de la paloma, pasando por los días y noches de incesante lluvia. Un relato al que todavía no se ha puesto punto final, como demuestran los recientes hallazgos del asiriólogo británico Irving Finkel, quien presentaba en enero una tablilla con instrucciones para la construcción del arca que destruye la imagen popular de la misma creada por la tradición y reflejada en Noah, la superproducción de Darren Aronofsky que acaba de llegar a los cines.
Un Arca circular
El Arca de Noé es una de las obsesiones de los literalistas bíblicos, que creen que lo narrado en las Sagradas Escrituras cristianas son hechos históricos. Intentar convencer a un fundamentalista de la imposibilidad del relato del Diluvio es una pérdida de tiempo equiparable a la de esos famosos que montan expediciones de búsqueda del Arca en el monte Ararat, el pico en el que habría varado cuando se retiraron las aguas. Astronautas, como James Irving, y actrices de medio pelo, como la vigilante de la playa Donna D’Errico, han compartido su obsesión por la búsqueda de una gran embarcación que, siguiendo el relato del Génesis, tendría 300 codos (150 metros) de longitud, 50 (30) de anchura, 30 (15) de altura, tres pisos y la puerta en un costado. Pues, bien, lo mismo que la Tablilla del Diluvio deja claro que el episodio bíblico no es original, hay otra que desmonta la visión popular de la embarcación basada en el Antiguo Testamento. Su descubridor, Irving Finkel, la ha llamado la Tablilla del Arca y acaba de publicar un libro titulado The Ark before Noah.
Finkel es especialista en escritura cuneiforme. Al igual que Smith, trabaja en el Museo Británico, donde se encarga de la conservación de los textos de la antigua Mesopotamia, la tierra entre ríos donde empezó la Historia. En 1985, un hombre llamado Douglas Simmonds le llevó varias tablillas que había heredado de su padre, un militar que había estado destinado en Oriente Próximo durante la Segunda Guerra Mundial. “Me sorprendí más de lo que puedo decir al descubrir que una de sus tablillas cuneiformes era una copia de la historia babilónica del Diluvio”, recordaba el arqueólogo hace unos meses en The Daily Telegraph. El dueño de la pieza, que data de entre 1900 y 1700 aC, no se la dejó para su estudio, y Finkel la perdió de vista durante años, hasta que los dos hombres se reencontraron con motivo de una exposición sobre Babilonia que acogió el museo londinense en 2009. Entonces, Simmonds accedió a dejar al historiador el trozo de barro, del tamaño de un moderno móvil, y lo que el experto descubrió es que contenía las instrucciones para construir el Arca.
“La característica más notable proporcionada por la Tablilla del Arca es que el bote salvavidas construido por Atrahasis -el héroe del estilo de Noé que recibe sus instrucciones del dios Enki- es, sin duda, circular. «Dibuja el barco que vas a hacer -le instruye- sobre una planta circular»”, apunta Finkel. Esta particularidad resulta chocante hoy en día, cuando hasta un niño sabe que el Arca de Noé fue un barco grande con una especie de caseta a dos aguas en cubierta. Una imagen que se corresponde con la del navío que buscan desde hace décadas algunos en el monte Ararat, basada en la vaga descripción del Génesis. Pero lo más sorprendente para el asiriólogo es que, por primera vez, las instrucciones para salvar a los animales incluyen la idea de hacerlo en parejas, como en el muy posterior relato bíblico.
El Diluvio Universal formaba parte del acervo humano desde mucho antes de su incorporación a la tradiciones judía, cristiana e islámica. Nació en una Mesopotamia donde las inundaciones eran frecuentes y retrata a divinidades despiadadas que, como los hombres se portan mal, deciden acabar ¡con toda la vida de la Tierra! Es parte de nuestro legado cultural, como lo son la Ilíada y El Quijote. Éste y otros episodios bíblicos son parte de nuestra historia, aunque nunca sucedieron. Es el mensaje que puede asumir sin problemas una mayoría de creyentes y el que debería interiorizar todo escéptico: no hay que creer para disfrutar de Los Diez Mandamientos ni de los frescos de Miguel Ángel en la Capilla Sixtina. Ahora que algunos integristas arremeterán contra Noah por ser infiel a sus creencias, conviene recordarles que está tan basada en hechos reales como la trilogía de El señor de los anillos. Cuando la vaya a ver, lo único que me preocupará es divertirme.